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      Conozco la obra de Jaime Gil por sus exposiciones y alguna que otra visita a su estudio. De entrada, me llamó la atención su facilidad para resolver estructuras de tipo naturalista. Con ello me refiero principalmente a sus toros y caballos. Ignoro sus gustos al respecto de la fiesta nacional, pero el interés por la anatomía, el movimiento, la factura y la estética del animal está, como no podría ser de otra manera, claramente por encima de cualquier consideración tauromáquica. Por ello el resultado final, lejos de ser estático, es vital; es decir, tienen vida y ello cabe hacerlo extensivo a los elementos o personajes que a veces los acompañan.

      La precisión en la ejecución y en el modelado también es patente en sus retratos de busto o en bajorrelieve. Aquí se observa con claridad su experiencia, fruto de una dilatada formación, que lo convierte en un escultor con oficio, cosa ésta poco frecuente en estos tiempos que corren. Además, sus trabajos de diseño de tipo comercial han contribuido a completar su formación.

      Esta suma de experiencias se refleja y hace posible su evolución hacia otras formas muy interesantes, menos naturalistas, más estilizadas, en las que la mujer suele ser la principal protagonista. Interesantes son, en este sentido, las maternidades o sus figuras femeninas que se estiran como queriendo a veces elevarse hacia el cielo o huir de algo que les aterra. En todas ellas se impone un proceso de simplificación fruto de muchos años de trabajo y estudio.

      En la actualidad continua evolucionando de forma inevitable, dada la línea de trabajo que se ha propuesto seguir y que propiciará sin duda nuevas obras aun más interesantes.

Emili Nadal